''Haced pintar mi cuadro (...) y luego firma 'Jesús, en Ti confío' (...)''


 
   

San Pío Pietrelcina

   
 


 

 

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San Pío Pietrelcina
       Franciscano


Místico
El santo que mencionamos, tenía bilocación: poder estar en dos lugares al mismo tiempo, los estigmas: las dos manos y el costado abierto, los pies también.

Primera Bilocación

Por:
EWTN

Otra bilocación
Por: www.jesu-invosconfio.es.tl

Una vez, una chica quería ir a confesarse con el Padre Pio porque sabia que el era muy bueno y sabía los pecados del resto de las personas. Entonces, al vivir ella muy lejos de donde confesaba el padre Pío tomó un tren hasta donde confesaba padre Pío, en su parroquia. Entonces se subió al tren, en ese vagón estaba sola. En ese momento entra otro señor, que quería asaltarla. Para el tren y entra el Guardia del tren, le dice al ladrón -¡Vos acá! entonces, el guardia lo saca y la chica queda sola en el vagón. Se baja del tren, llega al destino. Hace fila para confesarse. Le toca el turno para confesarse con el P. Pío y le dice:
-Me hiciste ir hasta el tren...
Este milagro del P. Pío se llama bilocación y está aprobado por la Iglesia. Es estar en dos lugares a la misma vez. Otro santo que lo hacía era San José de Cupertino, patrono de los estudiantes. El levitaba al rezar, san José de Cupertino, y esto también santa Teresa de Ávila.

P. Pío decía...
 ''Ten fe y no te preocupes''
También ''Sólo quiero ser un fraile que reza''


San Pío Pietrelcina tenía los estigmas de Nuestro Señor Crucificado. En las manos las llagas y en el costado lo tenía abierto, es por eso que en sus manos lleva muñequeras.


En esta imagen es visible que en su mano derecha está la llaga.

Todavía se conserban los restos del santo. El Cuerpo del Santo quedó intacto. Después se exumó. Aquí vemos:


Otra imagen que muestra solo la cabeza



Agradecemos a:
        EWTN
        Madre Angélica, fundadora de EWTN.
        www.jesu-invosconfio.es.tl


En el convento de San Elías de Pennisi, Fray Pío experimentó por primera vez el fenómeno de la bilocación. La noche del 18 de enero de 1905, mientras se encontraba en el coro, recogido en profunda oración, se sintió trasladado a una casa señorial de la ciudad de Údine, donde estaba muriéndose un hombre y naciendo una niña.

El caso curioso fue narrado por el mismo religioso que, por obediencia lo puso por escrito y, después de muchos años, por la joven que entonces había nacido.
"Hace días- escribe Fray Pío- me pasó algo insospechado: Mientras me encontraba en el coro con Fray Atanasio, eran como las 23 horas del 18 de este mes cuando me encontré en una casa señorial donde moría un papá mientras nacía una niña. Se me apareció entonces la Santísima Virgen que me dijo: ‘Te confío esta criatura, es una piedra preciosa en su estado bruto. Trabájala, límpiala, hazla lo más brillante posible, porque un día quiero usarla para adornarme…’ Le contesté a la Virgen: ‘¿Cómo podría ser posible, si yo soy todavía un estudiante y no sé si un día podré tener la suerte y la alegría de ser sacerdote? Y aunque llegue a ser sacerdote, ¿cómo podré ocuparme de esta niña, viviendo yo tan lejos de aquí?’ La Virgen me respondió: ‘No dudes. Será ella quien irá a buscarte, pero antes la encontrarás en la Basílica de San Pedro en Roma’. Después de esto… me encontré otra vez en el coro".

Este escrito fue cuidadosamente guardado por el director espiritual del Padre Pío, el padre Agustín de San Marco en Lamis. La niña de la que se habla en el escrito se llama Giovanna Rizzani. Su Papá estaba inscrito en la Masonería. Durante su última enfermedad, su lujosa residencia fue rigurosamente vigilada día y noche por los masones, situada en la calle Tiberio de Ciani No. 33 de la ciudad italiana de Údine. Esto, para impedir el paso de cualquier sacerdote.

Horas antes de morir, su esposa Leonilde- que era muy religiosa- estaba cerca del lecho del moribundo recogida en oración y lágrimas. De repente vio salir de la recámara y alejarse por el pasillo a un fraile capuchino. Se levantó enseguida, lo llamó y lo siguió mientras el fraile desaparecía.
La señora estaba extremadamente angustiada pensando en su esposo que se moría sin los auxilios religiosos. En aquel momento, oyó gemir al perro que estaba amarrado en el jardín de la casa, como si el animal percibiera la muerte ya próxima del amo.

La señora, no aguantando el gemido del perro, fue a soltarlo. En esos momentos sintió los dolores del parto y allí mismo dio a luz a una niña. El administrador de la casa corrió para ayudarle. De lejos vieron la escena los dos masones que vigilaban la entrada y también el párroco que quería entrar a la casa para auxiliar al moribundo.

El administrador, después de que ayudó a la señora a alcanzar la recámara, bajó indignado contra los masones que impedían el paso al sacerdote y les gritó: "Dejen entrar al padre. Ustedes pueden impedirle que asista al moribundo, pero no tienen derecho a impedirle que vaya a bautizar a la niña que acaba de nacer prematuramente".
Fue así como se dejó pasar al sacerdote, que además de bautizar a la niña, administró los últimos sacramentos al moribundo arrepentido.
A la muerte del señor Juan Bautista Rizzani, la joven viuda se trasladó a Roma con sus papás. Allí, la pequeña Giovanna creció educada cristianamente

 

 
 

 

 
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